La costa norte de Barcelona es un lugar de contrastes. Como niño la recuerdo entre fabricas sucias y malolientes. Tomar el tren e ir en dirección norte era un viaje triste. A la derecha, playas desiertas, sucias, con olas que depositaban sobre la arena lo que las fábricas habían vertido impúnemente en el mar. A la izquierda, interminables muros en mal estado, ruidos y olores que aislaban la playa, lo que en mi inocente infancia resultaba simplemente incomprensible
Las cosas han cambiado mucho desde entonces. La ciudad y todo su entorno se reconcilió con el mar. Aquel niño que sólo quería que el tren acelerara para salir de aquel espacio de tristeza lo ve hoy como uno de los lugares más encantadores y contradictorios de los alrededores de la ciudad.
Al mismísimo límite de la ciudad encontramos el Forum, con el gran edificio de convenciones azul. El parque fue creado para albergar el Forum de las Culturas 2004, una especie de expo universal que fue una gran fiesta cultural para la ciudad y una magnífica excusa para tirar al suelo las últimas barreras al mar y provocar la regeneración de los municipios al norte.
Un moderno puente de metal cruza el puerto deportivo, creando un extraño contraste. Toda esta zona era un vertedero, un área que jamás nadie osaría pisar si no era estrictamente imprescindible. Un trabajo de regeneración del que la ciudad se ha beneficiado. A lo lejos asoma el pasado industrial, perfil inconfundible de Barcelona.
La central térmica de Sant Adrià de Besòs fue terminada en 1917. El denso humo que salía de sus 3 chimeneas y el insoportable ruido de sus turbinas convirtieron sus alrededores en una zona desierta y de mala fama.
Hoy, tras sus vallas oxidadas, los tres gigantes silenciosos miran impasibles al mar, con una mezcla de arrogancia y vergüenza. A más de 100 metros de altura y después de más de 90 años de relaciones tempestuosas con sus vecinos humanos esperan, entre arrogantes y avergonzados, qué les depara el futuro ahora que sus poderosas turbinas ya no producen la mágica electricidad y sus chimeneas ya no sueltan el odiado humo con su inseparable carboncilla.
El municipio decidió por votación a principio de año que después de una relación tan larga, los tres gigantes forman parte del paisaje emocional. Se ha aprobado un proyecto por el cual la vieja central térmica se va a convertir en un museo de la energía y equipamientos culturales para el municipio.
Algo más al norte, una pequeña joya esocondida aparece en medio del camino. Es ni más ni menos que la original y única fábrica de Anís del Mono, licor famoso en todo el mundo. La fábrica data de 1870, y es pequeña y coqueta, comparada con la central térmica que hemos dejado unos cientos de metros atrás. Cuenta la leyenda que la etiqueta con un mono dibujado tiene la cara de Darwin, de quien en estos dias se celebra en Londres el 200 aniversario de su nacimiento. Hay quien dice que el propietario lo hizo en homenaje al científico. Otros que era una mofa a su teoría de la evolución. 130 años de historia bien valen una leyenda.
Puedes ver la segunda parte de este post en el siguiente enlace: Las playas al Norte de Barcelona (2/3)
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